
NOTA DEL EDITOR: Este escenario, desarrollado por Milwaukee Independent, no es una predicción. Es una exploración estructurada de lo que podría ocurrir si Donald Trump declarara la ley marcial y utilizara al ejército de EE. UU. para reprimir la oposición interna. Basado en precedentes legales, doctrina militar e infraestructura regional, este análisis se centra en Milwaukee y los Grandes Lagos, una región que podría emerger tanto como frente de batalla como línea vital en una crisis constitucional nacional. Es un ejercicio teórico para entender las consecuencias del poder ejecutivo sin control, como una disrupción que alteraría permanentemente la vida estadounidense.
A medida que Donald Trump continúa consolidando sus poderes autocráticos, los temores sobre un exceso del poder ejecutivo ya no son hipotéticos.
La escalada del gobierno en su retórica al calificar a la oposición política como “enemigos domésticos”, combinada con nuevas órdenes ejecutivas que otorgan poderes federales extraordinarios de vigilancia y represión, ha llevado a politólogos y expertos militares a analizar un escenario que durante mucho tiempo fue descartado como ficción distópica.
¿Qué pasaría si el comandante en jefe ordenara al ejército de EE. UU. desplegarse contra civiles estadounidenses?
Aunque una crisis así provocaría un caos generalizado en todo el país, sería la región de los Grandes Lagos, y en particular Milwaukee, la que podría desempeñar un papel crucial en resistir el uso ilegal del poder federal por parte de Trump.
Aunque muchos estadounidenses no pudieron imaginar cómo sería una pandemia moderna, películas como “Contagion” (2011) de Steven Soderbergh anticiparon esa posibilidad. Al igual que “Civil War” (2024) de Alex Garland exploró cómo la nación se dividiría militarmente y cómo la población podría enfrentarlo.
En varios escenarios desarrollados por el equipo de “Milwaukee Independent”, basados en el trabajo de líderes cívicos, académicos constitucionalistas, archivos históricos y analistas regionales de defensa, el medio trazó cómo podría verse un enfrentamiento sin precedentes entre una orden federal fuera de control y la resistencia nacional.
Sin embargo, eso solo serviría de telón de fondo para detallar cómo sobreviviría el ciudadano promedio de Milwaukee a una situación tan impensable. Aunque extremo, el ejercicio resalta una verdad central: la América que muchos en el movimiento MAGA anhelan “recuperar” no puede sobrevivir a los métodos autoritarios necesarios para imponerla.
Esto no es una predicción de guerra civil. Pero sí es una clara advertencia sobre una ruptura constitucional y una militarización represiva que podría alterar permanentemente la vida en Estados Unidos.
LEY MARCIAL Y EL PUNTO CRÍTICO DE MILWAUKEE
El escenario comienza con Trump invocando la Ley de Insurrección en medio de protestas coordinadas contra represiones federales dirigidas a periodistas, funcionarios estatales, sindicatos y ciudadanos comunes críticos de sus políticas autoritarias.
Alegando una emergencia nacional, Trump emite una orden ejecutiva para desplegar tropas en servicio activo en ciudades importantes. Ese acto pasa por alto a los gobernadores, toma control de las unidades de la Guardia Nacional y califica a los líderes estatales desafiantes como “sediciosos”.
Milwaukee, con su profunda tradición progresista, poderosas coaliciones laborales e infraestructura cívica diversa, es una de las primeras ciudades en declarar ilegítimas las órdenes de Trump. El gobierno del estado de Wisconsin, ya en conflicto con las redadas migratorias federales y los esfuerzos de censura, se niega a cooperar. La Guardia Nacional de Wisconsin se divide: algunas unidades obedecen las órdenes federales, otras se alinean con el estado.
En cuestión de días, convoyes federales intentan asegurar las instalaciones portuarias de Milwaukee y los centros de comunicación. Los departamentos de policía locales se fragmentan. La resistencia civil aumenta. Manifestantes forman cadenas humanas alrededor de torres de transmisión. Estudiantes de Marquette y UWM establecen redes de información encriptadas. El régimen de Trump lanza entonces un apagón coordinado de comunicaciones.
La administración exige rendición. Milwaukee se niega.
LOS GRANDES LAGOS COMO LÍNEA VITAL Y CAMPO DE BATALLA
A medida que las tropas federales enfrentan problemas de abastecimiento y resistencia de redes civiles descentralizadas, la geografía de los Grandes Lagos se vuelve crítica. El lago Michigan, normalmente una arteria comercial para transporte de carga, se transforma en un corredor estratégico para líneas de suministro de la resistencia. Remolcadores y transbordadores comerciales se reutilizan para transportar combustible, alimentos y ayuda desde ciudades aliadas como Chicago y Muskegon.
Los lagos, que Trump alguna vez declaró “activos infrautilizados”, se convierten en símbolos de desafío. Operadores civiles de drones en Michigan rastrean los movimientos federales. Ingenieros de Madison y Milwaukee diseñan plataformas flotantes de vigilancia camufladas entre el tráfico civil de carga. Los estrechos y esclusas, como los Soo Locks y el Estrecho de Mackinac, son monitoreados por patrullas navales improvisadas formadas por ex miembros de la Guardia Costera, capitanes de puerto y barcos pesqueros equipados con visión nocturna.
Mientras tanto, la infraestructura de transporte marítimo es saboteada deliberadamente por actores desconocidos para frenar los refuerzos federales. Cargas explosivas inutilizan puentes ferroviarios clave cerca de Green Bay. Hackers bloquean grúas automatizadas en los puertos. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército se ve obligado a desviar recursos solo para mantener las operaciones mínimas, lo que dispersa aún más a las fuerzas federales por múltiples puertos de los Grandes Lagos.
MOTÍN NAVAL Y LA CRISIS CONSTITUCIONAL EN EL MAR
El giro más volátil del escenario no ocurre dentro de los Grandes Lagos, sino en los vastos océanos. A medida que Trump avanza en el uso de la fuerza militar contra civiles estadounidenses, causando la muerte de innumerables personas de todas las edades, incluidos niños, comienzan a surgir fisuras dentro del Pentágono.
Dos grupos de ataque de portaaviones de la Marina se niegan públicamente a obedecer las órdenes presidenciales de atacar zonas civiles en las costas Este y Oeste. En una declaración transmitida en vivo, una fuerza conjunta de oficiales navales anuncia que dichas órdenes constituyen una violación de su juramento de defender la Constitución. En lugar de retirarse, redirigen su accionar y atacan centros de abastecimiento utilizados para apoyar las operaciones federales internas.
Los ataques son quirúrgicos. Se desactivan temporalmente depósitos de combustible y centros de comando. El mensaje es claro: la Marina no será utilizada como arma contra el pueblo estadounidense.
Este acto impactante de insubordinación militar fractura el Departamento de Defensa. Algunas unidades permanecen leales a Trump. Otras se declaran en abierta rebelión. Batallones de la Guardia Nacional en Ohio e Illinois siguen el ejemplo, se alinean con sus gobernadores y declaran independencia del mando federal. Tropas estatales bloquean el acceso federal a arsenales. Alguaciles de condado se niegan a hacer cumplir las órdenes de la Casa Blanca.
Y sin embargo, en Milwaukee, la tensión sigue siendo sofocante.
Unidades militares apostadas cerca del Aeropuerto Internacional General Mitchell se atrincheran, pero son rodeadas por bloqueos civiles, zonas de protesta no violenta y exmiembros de las fuerzas armadas que comienzan a ofrecer entrenamiento táctico a redes vecinales de vigilancia.
La radio pública de Milwaukee queda fuera del aire. Una red clandestina de repetidores en azoteas comienza a transmitir en frecuencias piratas, dirigiendo a la población hacia refugios, clínicas de campaña y casas seguras de la resistencia.
Toda la región se convierte en una zona ingobernable, no por violencia, sino por una retirada masiva del consentimiento civil.
A pesar de los esfuerzos del régimen de Trump por proyectar dominio, la logística de la ocupación comienza a fallar. Las líneas de suministro están estiradas a lo largo de cientos de millas de terreno disputado. Las tropas enviadas a entornos hostiles se encuentran desmoralizadas, confundidas y cada vez más aisladas.
Se produce una oleada de deserciones. Y cuanto más insiste Trump en que el ejército haga cumplir su dominio interno, mayor se vuelve la resistencia.
En este escenario, Milwaukee no necesita “ganar” un enfrentamiento militar. Simplemente se niega a ceder. La ciudad resiste, no porque tenga más armas, sino porque tiene más voluntad.
Las instituciones cívicas reafirman su legitimidad al continuar operando de manera independiente. Maestros imparten clases clandestinas. Enfermeras montan clínicas sin licencia. Líderes religiosos dan refugio a manifestantes en desafío a las órdenes federales.
Con la llegada del invierno, la región de los Grandes Lagos se convierte en un centro de insurgencia no violenta. Barcazas de carga que transportan combustible térmico desde Ontario son escoltadas por patrullas marítimas de Michigan leales al estado.
Ciudadanos de Green Bay convierten embarcaciones pesqueras en naves de suministro acuático. Erie y Buffalo se niegan a permitir que aviones logísticos federales se reabastezcan. El canal de Erie, inactivo durante décadas, es dragado y reactivado para transportar ayuda humanitaria tierra adentro, un eco de su propósito original del siglo XIX que renace como desafío a la tiranía del siglo XXI.
Para el régimen de Trump, estos eventos revelan una ironía brutal: los mismos estadounidenses que afirman amar más la Constitución son los primeros en abandonarla. Los leales a MAGA, muchos de los cuales celebraron las protestas contra los confinamientos durante la pandemia, ahora se encuentran incapaces de enfrentar las verdaderas restricciones.
Controles, racionamiento de alimentos y cortes de energía. Todas las incomodidades del fascismo, diseñadas por el propio partido en el poder, se convierten en los rasgos definitorios de la vida bajo la ley marcial de Trump.
El mito de “recuperar América” se hace añicos. El país que imaginaron no solo era inalcanzable, sino insostenible. Su movimiento, construido sobre agravios, no puede sobrevivir las exigencias del gobierno real, especialmente cuando ese gobierno requiere imposición autoritaria.
En Milwaukee, ocurre lo opuesto. Una ciudad forjada por la inmigración, los levantamientos laborales y la oposición a la guerra encuentra una identidad renovada en la resistencia cívica colectiva. No se fragmenta. Se une. No por ideología uniforme, sino por un propósito compartido.
Cuando finalmente termina el enfrentamiento —ya sea por la destitución de Trump, una retirada federal negociada o una reconfiguración constitucional más amplia— el daño permanece.
Familias han sido separadas. Periodistas desaparecidos. Alcaldes encarcelados. Escuelas incendiadas. El contrato social, llevado al límite, debe reconstruirse.
Pero Milwaukee permanece en pie. También lo hacen otras ciudades del Medio Oeste. Los Grandes Lagos se convierten en símbolos no solo de geografía, sino de la persistencia democrática. Los lagos que una vez transportaron mineral, carbón y grano ahora llevan la memoria de la resistencia, la solidaridad y la negativa a ceder.
Al desarrollar este escenario, “Milwaukee Independent” no predice un apocalipsis. Más bien, desafía a los lectores a enfrentar una verdad que muchos se resisten a aceptar: el autoritarismo no se presenta con banderas y discursos.
Llega con papeleo, uniformes y una negación plausible. Se disfraza de “orden” y exige sumisión en nombre de la paz.
Lo que suceda después depende de lo que la gente esté dispuesta a aceptar, y de lo que esté dispuesta a rechazar.
El propósito de este ejercicio no es el miedo. Es la preparación. Porque una vez que lo impensable comienza, ya no hay forma de volver atrás.