Durante años, Donald Trump culpó a los “comunistas” por sus problemas legales y políticos. Ahora, la segunda administración Trump utiliza esa misma etiqueta históricamente cargada para retratar a sus oponentes —desde jueces hasta educadores— como amenazas a la identidad, la cultura y los valores estadounidenses.

¿Por qué? El propio Trump explicó la estrategia el año pasado cuando describió cómo planeaba derrotar a su oponente demócrata, entonces la vicepresidenta Kamala Harris, en las elecciones presidenciales.

“Todo lo que tenemos que hacer es definir a nuestro oponente como comunista, o socialista, o alguien que va a destruir nuestro país”, dijo a los periodistas en su club de golf en Nueva Jersey en agosto.

Trump hizo exactamente eso —apodó a Harris “camarada Kamala”— y ganó en noviembre. Con el respaldo de más de 77 millones de votantes —el 49.9% del electorado— Trump lleva esa estrategia a su segundo mandato.

LO QUE ÉL LLAMA “COMUNISMO” NO ES COMUNISMO EN REALIDAD

En 2025, el comunismo tiene gran influencia en países como China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba. Pero no en Estados Unidos.

“El núcleo del comunismo es la creencia de que los gobiernos pueden hacerlo mejor que los mercados al proveer bienes y servicios. Hay muy, muy pocas personas en Occidente que crean eso en serio”, dijo Raymond Robertson, de la Escuela de Gobierno y Servicio Público Bush de la Universidad Texas A&M. “A menos que estén diciendo que el gobierno debería manejar U.S. Steel y Tesla, simplemente no son comunistas.”

La palabra “comunista”, en cambio, puede tener un gran poder emocional como herramienta retórica, incluso hoy. Es aún más potente como insulto —aunque con frecuencia inexacto, e incluso peligroso— en medio del entorno actual de redes sociales y desinformación. Después de todo, el miedo y la paranoia provocados por la Revolución Rusa, la “amenaza roja”, la Segunda Guerra Mundial, el macartismo y la Guerra Fría han quedado en el pasado del siglo XX.

Pero Trump, quien ha mostrado signos crecientes de deterioro mental a los 78 años y es conocido por atacar con etiquetas a quienes percibe como obstáculos, lo recuerda.

“No podemos permitir que un puñado de jueces comunistas de la izquierda radical obstruya la aplicación de nuestras leyes”, dijo Trump en Michigan al celebrar sus primeros 100 días en el cargo. La Casa Blanca no respondió a una solicitud para aclarar qué quiere decir Trump cuando llama “comunista” a alguien.

El momento en que utilizó la palabra “comunista” no pasó desapercibido.

El discurso de Trump en Michigan ocurrió en una semana de noticias económicas y políticas complicadas. Días antes, el Centro AP-NORC para Asuntos Públicos publicó una encuesta que mostraba que más estadounidenses están en desacuerdo con las prioridades de Trump hasta ahora que los que las aprueban, y que muchos republicanos se sienten ambivalentes respecto a sus áreas de enfoque. Después del discurso, el gobierno informó que la economía se contrajo durante el primer trimestre de 2025, ya que los aranceles impuestos por Trump interrumpieron las actividades comerciales.

El 1 de mayo, el asesor presidencial Stephen Miller subió al podio de la Casa Blanca y dijo la palabra con “c” cuatro veces en aproximadamente 35 minutos durante una denuncia de políticas pasadas sobre temas transgénero, diversidad e inmigración.

“Estas son algunas de las áreas en las que el presidente Trump ha combatido la cultura woke comunista y cancerosa que estaba destruyendo este país”, dijo Miller a los reporteros.

Su selección de palabras ofreció material para los usuarios de redes sociales, así como términos diseñados para captar la atención de los estadounidenses mayores. Los votantes mayores de 45 años votaron por Trump por un margen estrecho frente a sus rivales demócratas en 2020 y 2024.

En el centro de la frase de Miller: “comunista”.

“Suele ser un término cargado de connotaciones negativas, especialmente para los estadounidenses mayores que crecieron durante la Guerra Fría”, dijo Jacob Neiheisel, experto en comunicación política en la Universidad de Buffalo. “Atribuir términos cargados emocionalmente a los adversarios políticos es una manera de minimizar su legitimidad ante la opinión pública y presentarlos de forma negativa.”

UNA FIGURA DE LA ERA DEL MIEDO ROJO INFLUYÓ EN EL JOVEN TRUMP

La amenaza de que los comunistas pudieran influir o incluso destruir a Estados Unidos se cernió sobre el país durante décadas y provocó algunos de los capítulos más oscuros de su historia.

Los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y a la Revolución Rusa de 1917, junto con una ola de inmigrantes, llevaron a lo que se conoce como el “miedo rojo” de 1920, un período de intensa paranoia sobre la posibilidad de una revolución comunista en Estados Unidos.

El “macartismo” después de la Segunda Guerra Mundial fue una cacería de supuestos comunistas. Llevó ese nombre por el senador Joseph McCarthy, el republicano de Wisconsin que realizó audiencias televisadas al inicio de la Guerra Fría y avivó el temor al comunismo con amenazas, insinuaciones y falsedades.

En lo cultural, la mera sugerencia de que alguien era “blando” con el comunismo podía acabar con carreras y arruinar vidas. Las “listas negras” de presuntos comunistas se multiplicaron en Hollywood y más allá. McCarthy cayó en desgracia y murió en 1957.

El principal abogado del senador durante esas audiencias, Roy Cohn, se convirtió en mentor y operador de Trump en las décadas de 1980 y 1990, cuando Trump ascendía como magnate inmobiliario en Nueva York. La Guerra Fría llevaba más de 30 años. La amenaza de una guerra nuclear era constante.

El comunismo empezó a colapsar en 1989 y la Unión Soviética se disolvió dos años después. Ahora es Rusia, liderada por el brutal dictador y benefactor de Trump, Vladimir Putin.

Pero el comunismo —al menos en una forma— sigue vivo en China, contra quien Trump libra una guerra comercial que podría resultar en productos más caros y menos disponibles en Estados Unidos. Al final de la semana, Trump reconocía las posibles consecuencias de la intervención de su gobierno: los estadounidenses podrían pronto no poder comprar lo que desean o verse obligados a pagar más. Aun así, insistió en que China sufriría más con los aranceles.

El debate moderno real, dice Robertson, no es entre capitalismo y comunismo, sino sobre cuánto debe intervenir el gobierno —y cuándo. Sugiere que Trump, en realidad, no está debatiendo comunismo contra capitalismo.

“Llamar comunistas a personas que abogan por un poco más de intervención gubernamental es una típica retórica política engañosa que, lamentablemente, funciona muy bien con votantes ocupados que no tienen tiempo para pensar en definiciones técnicas o paradigmas económicos”, dijo por correo electrónico. “También le resulta muy útil (a Trump) porque es incendiaria, hace que la gente se enoje, y eso puede volverse adictivo.”

Laurie Kellman and MI Staff

Associated Press

Ben Curtis (AP) and Alan Diaz (AP)