En un edificio federal de inmigración en el centro de Los Ángeles, custodiado por infantes de Marina de Estados Unidos, hijas, hijos, tías, sobrinas y otros se dirigen a un estacionamiento subterráneo y hacen fila frente a una puerta con timbre al final de una escalera sucia y oscura.

Es aquí donde las familias, algunas con abogados, vienen a buscar a sus seres queridos tras ser arrestados por agentes federales de inmigración.

Para los inmigrantes sin estatus legal que son detenidos en esta parte del sur de California, su primera parada es el centro de procesamiento del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), ubicado en el sótano del edificio federal.

Los agentes verifican su identidad y obtienen sus datos biométricos antes de trasladarlos a centros de detención. En los pisos superiores, los inmigrantes hacen fila alrededor de la cuadra para otros servicios, incluidos trámites de residencia permanente y solicitudes de asilo.

En un día reciente, decenas de personas llegaron con medicamentos, ropa y la esperanza de ver, aunque sea por un momento, a su ser querido. Tras horas de espera, muchos se fueron sin noticias, ni siquiera una confirmación de que su familiar estaba dentro. Algunos compartieron reportes sobre condiciones horribles en el interior, incluidos detenidos que tienen tanta sed que han estado bebiendo del inodoro.

Manifestantes marcharon alrededor del complejo federal después de redadas agresivas en Los Ángeles que comenzaron el 6 de junio y no han cesado. Insultos garabateados contra el presidente Donald Trump aún marcan las paredes del complejo.

Los arrestados provienen de varios países, incluidos México, Guatemala, India, Irán, China y Laos. Aproximadamente un tercio de los 10 millones de residentes del condado nacieron en el extranjero.

Muchas familias se enteraron de los arrestos por videos que circulaban en redes sociales y mostraban a agentes encapuchados en estacionamientos de Home Depot, en autolavados y frente a puestos de tacos.

Alrededor de las 8 a. m., cuando comienzan las visitas legales, algunos abogados tocan el timbre de la puerta del sótano llamada “B-18”, mientras las familias esperan ansiosas afuera por cualquier indicio de información.

9:00 a. m.

Christina Jiménez y su prima llegaron para averiguar si su padrastro de 61 años estaba adentro.

Su familia se había preparado para la posibilidad de que esto le ocurriera al jornalero que solía esperar trabajo afuera de un Home Depot en el suburbio de Hawthorne, en Los Ángeles. Comenzaron a compartir ubicaciones cuando se intensificaron las redadas. Le dijeron que, si lo detenían, debía guardar silencio y seguir las instrucciones.

Jiménez le había pedido que dejara de trabajar, o al menos que evitara ciertas zonas, a medida que aumentaban los operativos. Pero él era terco y “siempre se las ingeniaba.”

“Podía estar enfermo y aun así intentaba salir a trabajar”, dijo Jiménez.

Tras enterarse de su arresto, lo buscó en línea en el localizador de detenidos de ICE, pero no lo encontró. Intentó llamar al ICE sin éxito.

Dos días después, su teléfono emitió una alerta con su ubicación en el centro.

“Mi mamá está en shock”, dijo Jiménez. “Pasa de estar muy enojada a ponerse a llorar, igual que mi hermana.”

Jiménez dijo su nombre por el intercomunicador: Mario Alberto Del Cid Solares. Tras una breve espera, le dijeron que sí, que estaba allí.

Ella y su prima respiraron aliviadas, pero las dudas persisten.

Su mayor temor es que, en lugar de ser enviado a su país natal, Guatemala, lo deporten a otro país, algo que la Corte Suprema falló recientemente que está permitido.

9:41 a. m.

A media mañana, Estrella Rosas y su madre llegaron buscando a su hermana, Andrea Vélez, ciudadana estadounidense. Un día antes, vieron cómo la detenían justo después de dejarla en su trabajo de marketing en una empresa de calzado en el centro.

“Mi mamá me dijo que llamara al 911 porque alguien la estaba secuestrando”, contó Rosas.

Atascadas en una calle de un solo sentido, tuvieron que dar la vuelta a la manzana. Cuando regresaron, vieron —según dijeron— que Vélez ya estaba esposada y la subían a un automóvil sin placas.

La familia de Vélez cree que fue blanco de detención por parecer hispana y estar cerca de un puesto de tamales.

Rosas tenía el pasaporte de su hermana y su acta de nacimiento estadounidense, pero le dijeron que no estaba allí. La encontraron en el centro de detención federal que está al lado. Fue acusada de obstruir a los agentes de inmigración, algo que la familia niega, pero fue liberada al día siguiente.

11:40 a. m.

Ahora había unas 20 personas afuera. Algunas habían conseguido cartones para sentarse tras horas de espera.

Una familia consolaba a una mujer que lloraba en silencio en la escalera.

Entonces se abrió la puerta y salió un grupo de abogados. Las familias se apresuraron a preguntar si podían ayudarlos.

Kim Carver, abogada de la TransLatin@ Coalition, dijo que planeaba visitar a su clienta, una mujer trans hondureña, pero que había sido trasladada esa misma mañana, a las 6:30, a un centro de detención en Texas.

Carver la había acompañado a finales de junio a una entrevista de inmigración, y el oficial de asilo le dijo que tenía un caso creíble. Luego entraron agentes de ICE y la detuvieron.

“Desde entonces, ha sido una carrera para tratar de encontrarla”, dijo.

12:28 p. m.

A medida que llegaba más gente, el grupo empezó a compartir información. Una persona explicó la importancia del “número A”, el número de registro asignado a cada detenido, que se necesita para que un abogado pueda ayudar.

Intercambiaron consejos, como cómo depositar dinero en la cuenta para llamadas telefónicas. Una mujer dijo que $20 le alcanzaban para tres o cuatro llamadas.

Mayra Segura buscaba a su tío, después de que encontraran su carrito de paletas abandonado en la acera en Culver City.

“No pudieron encontrarlo en el sistema”, dijo.

12:52 p. m.

Otra abogada, visiblemente frustrada, salió por la puerta. Llevaba bolsas con ropa, refrigerios, Tylenol y agua, que dijo no le permitieron entregar a su cliente, a pesar de que él le había dicho que solo le habían dado una botella de agua en los últimos dos días.

La fila se extendía fuera del pasillo de la escalera, bajo el sol. Un hombre se fue y regresó con agua para todos.

Casi una hora después de la hora programada para las visitas familiares, por fin comenzaron a dejar pasar a la gente.

2:12 p. m.

Todavía con su uniforme médico tras salir del trabajo, Jasmin Camacho Picazo llegó para ver a su esposo nuevamente.

Trajo un suéter porque él le había dicho que tenía frío y que su lesión en la espalda se había agravado por dormir en el suelo.

“Esta mañana me dijo que la gente estaba bebiendo agua del inodoro del baño”, contó Picazo.

En su celular mostró un video del auto de su esposo, abandonado al costado de la carretera tras su arresto. La ventana estaba rota y las llaves seguían en el encendido.

“No puedo dejar de llorar”, dijo Picazo.

Su hijo seguía preguntando: “¿Papá va a venir por mí a la escuela?”

2:21 p. m.

Más de cinco horas después de la llegada de Jiménez y su prima, lograron ver a su padrastro.

“Estaba triste y asustado”, dijo Jiménez después. “Tratamos de tranquilizarlo lo más posible.”

Ella escribió su número de teléfono, que él no se sabía de memoria, para que pudiera llamarla.

2:57 p. m.

Más personas llegaron mientras otras eran admitidas.

Yadira Almadaz salió llorando después de ver al novio de su sobrina durante solo cinco minutos. Dijo que él seguía vistiendo la misma ropa con la que lo detuvieron una semana antes, durante una cita de asilo en la ciudad de Tustin. Le contó que solo le habían dado galletas y papas fritas para comer cada día.

“Me rompe el corazón ver a un joven llorar porque tiene hambre y sed”, dijo.

3:56 p. m.

Cuatro minutos antes de que terminara oficialmente el horario de visitas, un agente del ICE abrió la puerta y anunció que se había acabado el tiempo.

Una mujer le gritó con frustración. El agente le respondió que se metería en problemas si ayudaba a alguien después de las 4 p. m.

Más de 20 personas seguían en la fila. Algunas se fueron poco a poco. Otras se quedaron, mirando la puerta con incredulidad.

Jaimie Ding

Associated Press

LOS ANGELES, California

Damian Dovarganes (AP)