¿Qué le debemos a las generaciones futuras? La pregunta sobre lo que la humanidad debe a quienes aún no han nacido ya no es un debate teórico. Es un imperativo moral urgente e ineludible.

A medida que el mundo moderno enfrenta amenazas existenciales que van desde el cambio climático hasta pandemias provocadas por ingeniería biológica, queda cada vez más claro que las decisiones que tomemos hoy determinarán el destino de miles de millones de personas que aún no han nacido. Ya no hay espacio para la complacencia. Las generaciones futuras no son observadores pasivos de nuestras acciones, son los herederos inevitables del mundo que estamos moldeando ahora.

LA REALIDAD ES CRUDA

Las vidas de las personas del futuro, aquellas que aún no existen, dependen de nuestras decisiones. Los próximos cien años podrían ser testigos de un marcado declive de la estabilidad global, la destrucción de ecosistemas o incluso la extinción de la humanidad. Pero esas generaciones futuras no tienen voz hoy. No pueden votar, no pueden ejercer presión, y no pueden generar conciencia mediante protestas o campañas en redes sociales.

Están completamente indefensas. Sin embargo, su existencia está inexorablemente ligada a nuestras decisiones. Construimos infraestructura, redactamos leyes y asumimos deudas hoy con pleno conocimiento de que estas decisiones recaerán sobre ellas mañana. Entonces, ¿qué les debemos? La respuesta es innegable. Todo lo que podamos hacer para proteger su futuro, debemos hacerlo — ahora. Las consecuencias de no actuar serían catastróficas.

Las amenazas que enfrentan las generaciones futuras son vastas y están creciendo. El cambio climático avanza sin freno, provocando fenómenos meteorológicos extremos, aumento del nivel del mar y destrucción de hábitats naturales. La pérdida de biodiversidad se acelera a un ritmo sin precedentes, socavando la estabilidad ecológica necesaria para la supervivencia humana.

Los riesgos tecnológicos, en particular el desarrollo de inteligencia artificial y biología sintética, presentan peligros que la humanidad apenas comienza a comprender. Y aun así, pese a la urgencia, la sociedad sigue concentrada en preocupaciones de corto plazo, ignorando o restando importancia a las acciones necesarias para proteger a las generaciones venideras.

Los gobiernos, las empresas y las personas deben asumir con la mayor seriedad este fracaso colectivo de actuar. La historia ha demostrado una y otra vez que los cambios significativos son posibles cuando se comprenden realmente los riesgos.

La movilización durante la Segunda Guerra Mundial, la lucha global contra la viruela y el compromiso con el Acuerdo de París sobre el cambio climático demuestran que, cuando la humanidad enfoca sus esfuerzos en un objetivo común, el progreso es alcanzable. La lucha por proteger el futuro no debería ser diferente.

Ignorar las necesidades de las generaciones futuras no es solo una falta ética: es un acto de negligencia temeraria que pone en peligro la supervivencia de innumerables vidas futuras. Si no priorizamos acciones que reduzcan los riesgos existenciales, dejaremos atrás un mundo de miseria y destrucción para quienes nos sucedan.

PODEMOS ACTUAR Y DEBEMOS HACERLO

Uno de los mayores obstáculos para pensar a largo plazo es la creencia de que los resultados futuros están fuera de nuestro control. Esta es una suposición gravemente equivocada. La realidad es que muchos de los mayores riesgos que enfrentan las generaciones futuras pueden mitigarse mediante acciones concertadas. El futuro no tiene por qué ser una consecuencia inevitable del presente. Está en nuestras manos tomar medidas audaces y deliberadas para reducir esos riesgos.

Consideremos el cambio climático. Aunque el camino hacia un mundo con emisiones neutras de carbono parezca abrumador, la tecnología y el conocimiento para enfrentar esta crisis ya existen. Las fuentes de energía renovable, las medidas de eficiencia energética y las tecnologías de captura de carbono ofrecen soluciones viables. Lo que falta es la voluntad política para aplicar esas soluciones a la escala necesaria para revertir el daño.

De manera similar, en el ámbito de la salud global, la amenaza de futuras pandemias es inminente. Sin embargo, los recursos para prevenir o mitigar estos riesgos —desde una mejor infraestructura sanitaria hasta sistemas de vigilancia más efectivos— ya están disponibles. Lo que sigue siendo insuficiente es la voluntad de actuar. Gobiernos y corporaciones deben rendir cuentas por su papel en fomentar una visión cortoplacista a expensas de la estabilidad futura.

La falta de inversión en tecnologías que reduzcan las emisiones de carbono, el desarrollo imprudente de inteligencia artificial sin salvaguardias adecuadas, y la persistencia de políticas que priorizan el crecimiento económico sobre el equilibrio ecológico son señales claras de un desprecio fundamental por las necesidades de las generaciones futuras. Esto no puede continuar. El mundo debe adoptar políticas que prioricen la sostenibilidad, la reducción de riesgos y el bienestar a largo plazo de toda la humanidad.

POR QUÉ NO PODEMOS SEGUIR ESPERANDO

El peligro de ignorar las necesidades de las generaciones futuras no radica solo en dejarles un mundo inhabitable. El verdadero riesgo es que, por inacción, dejemos de prevenir catástrofes que podrían extinguir el potencial de la humanidad para el bien. La amenaza de un patógeno creado por ingeniería, por ejemplo, no es una fantasía lejana. Es un peligro real y presente.

Aunque la probabilidad de una catástrofe global causada por un patógeno de este tipo pueda parecer baja, las consecuencias potenciales son catastróficas. El riesgo de extinción por armas biológicas creadas por el ser humano se estima entre 0.1% y 3%, según expertos. Aunque estas cifras puedan parecer pequeñas, el costo de no hacer nada es incalculable. Nadie razonable se subiría a un avión con una posibilidad entre mil de estrellarse.

Además, la humanidad enfrenta un riesgo existencial aún mayor con las armas nucleares. La posibilidad de un conflicto nuclear, aunque poco probable, sigue siendo una amenaza grave. El arsenal nuclear global aún es lo suficientemente grande como para borrar la civilización. No actuar en este ámbito no es una postura moralmente neutral —es una forma de avalar el suicidio colectivo. El riesgo de extinción por guerra nuclear es real, y nos corresponde a nosotros reducirlo mediante el desarme, la diplomacia y el desarrollo de tecnologías avanzadas de defensa.

EL MOMENTO DE ACTUAR ES AHORA

No hay ambigüedad en cuanto al deber moral hacia las generaciones futuras. Es un deber que trasciende fronteras nacionales, divisiones ideológicas e intereses inmediatos. Las vidas de billones de personas futuras —que existirán durante milenios, mucho después de que la generación actual haya desaparecido— dependen de las acciones que tomemos hoy.

El desafío es enorme, pero no insuperable. Debemos invertir en soluciones a largo plazo, adoptar políticas que prioricen la sostenibilidad y exigir responsabilidad a quienes están en el poder. Cada uno de nosotros puede marcar la diferencia. Las decisiones personales —como reducir la huella de carbono, apoyar organizaciones climáticas efectivas y abogar por políticas que protejan el medio ambiente— importan.

Pero más allá del esfuerzo individual, es fundamental que la sociedad adopte una perspectiva a largo plazo. Esto implica cambiar las prioridades políticas para dejar de enfocarse en las ganancias inmediatas y la gratificación instantánea, y empezar a construir un futuro que garantice la supervivencia y el florecimiento de la humanidad. Esto requiere liderazgo valiente, innovación audaz y disposición para tomar decisiones difíciles e incómodas.

EL FUTURO NO PUEDE SER UNA POSTERGACIÓN

Lo que le debemos a las generaciones futuras es claro: todo lo que esté a nuestro alcance para protegerlas de las amenazas existenciales que enfrentamos hoy. Ya no basta con abordar los problemas inmediatos a costa del largo plazo. Cada decisión que se tome hoy —desde políticas públicas hasta desarrollo tecnológico— debe considerar su impacto en el futuro.

Esto no es una opción. Es una responsabilidad que ya no podemos darnos el lujo de ignorar. El destino de la humanidad depende de nuestra voluntad de actuar, de pensar más allá de nosotros mismos y de garantizar que las generaciones venideras hereden un mundo digno de ser vivido.

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Dall-E